
No hay nada que se pueda dar por sentado. Nos empeñamos en controlar los acontecimientos, en anticiparnos a lo que el destino nos tiene guardado, pero erramos insistentemente una y otra vez sin aprender de la experiencia. Que todo puede cambiar en un segundo, que la decisión de alguien que no conocemos y que actúa a miles de leguas de aquí puede echar al traste los planes que con tanta ilusión llevas cultivando de lejos.
Quisiera poder deciros que la actuación de nuestro coro fue brillante e impoluta, que despertamos una gran ovación en el público y que salimos del Acto de Coronación de Alfonso VII orgullosos de la labor y oficialmente nombrados justos representantes de nuestra ciudad para enarbolar el estandarte de la danza y la música tradicional de nuestra tierra.
Pero nada de esto aconteció. El acto tuvo que ser suspendido por una causa que está consternando la sociedad. De ello se está hablando mucho estos días pero aún no está claro ni han llegado noticias fidedignas de lo que ha sucedido más allá del estrecho.
El otro día, en casa, tía Minia recibió a un antiguo amigo de mi tío que realizó carrera militar y que ha recorrido importantes contiendas en los últimos años. Lo que le ocupó hasta caer herido es la «absurda» guerra que nuestro Rey está llevando a cabo en Marruecos. Don Leopoldo nos habló sin tapujos de cómo han sido sus días en aquel infierno hasta que una bomba destrozó parte de su mano y le obligó a ingresar en un hospital de campaña hasta recuperarse. Tras estabilizar su estado de salud retornó a España, a su querida tierra, inútil de su brazo, condecorado y visiblemente trastocado por las durezas que África ha surcado en su memoria.
Fue al día siguiente de su casual visita cuando nos llegaron noticias del desastre con los rifeños. Tribus de salvaje morisma que han aniquilado a no sé cuántas de nuestras tropas, incluso después de haberles rendido pleitesía. Dicen que el territorio que se ha ido conquistando en los últimos meses no contaba con los refuerzos necesarios y que se ha avanzado con tanta rapidez que el retroceso y retirada ha derivado en una auténtica masacre para los nuestros. No se dan cifras pero se habla incluso del suicidio de uno de nuestros coroneles.
Esta, y no otra, ha sido la causa de suspender el Acto de Coronación de Alfonso VII dado que los soldados del Regimiento de Zaragoza, que estaban convocados como nosotros, han tenido que invertir su tiempo en prepararse para partir inmediatamente a Marruecos al ser requeridos para entrar en combate.
A la noticia, que de por sí es desgraciada, se suma el hecho de que un gran amigo ha partido hacia esa contienda. Él es sin duda una pieza indispensable en nuestro coro y nos deja huérfanos de su compañía y buen humor, así como de los sones de su gaita que acompaña nuestro repertorio. Ciertamente, mi buen amigo Manuel Regueiro, natural de Arca y soldado del Regimiento de Zaragoza, marchó junto a sus compañeros hace escasos días.
A todos nos ha consternado lo acontecido en Marruecos, pero despedirnos de Manuel nos ha producido una mezcla de emociones teñida de admiración, tristeza y desolación. Cuando hablé por última vez con él preferí no relatarle la conversación que tuve con don Leopoldo. De nada hubiera servido amargarle el trayecto en barco, tan ilusionado como le vi por alegrar la travesía al resto de tripulantes con su gaita.


Vida Gallega (Agosto de 1921)


Marruecos, a juzgar por las palabras de don Leopoldo, es lo más parecido al Infierno. Nuestro ejército cuenta con artillería desfasada, con graves problemas estructurales y con tan escasos recursos que un soldado apenas dispone de una simple manta para protegerse de los rigores de aquel invierno que es igual de acusado que el verano que se está viviendo ahora. La falta de agua, unido a la insalubridad de la misma, es casi tan dañina y mortífera como cualquier ensañado enemigo. Sin necesidad de que don Leopoldo me lo contara, yo ya había oído hablar de la falta de agua. Recuerdo leer en el periódico el caso de aquella madre que pretendía enviarle a su hijo destinado allí, por el día de su santo, una botella del agua de su pozo sabedora de que nada le haría más ilusión. Los de correos que recibieron su paquete, ante la insistencia de aquella mujer, no dudaron en hacerle confiar que su hijo recibiría el presente.
Según don Leopoldo, a veces existe algún lugar donde poder beber pero como no siempre se encuentra ese punto junto al campamento, el tener que desplazarse es la causa principal de las bajas, al quedar los soldados demasiado expuestos ante los moros que disparan sin piedad. A causa de este asedio las más de las veces el panorama es un grupo de hombres hacinados en barracas o «blocaos», sin agua, rodeados de sus propios excrementos, bebiendo vinagre, sus propios orines o la sangre del ganado. Para vencer la sed muchos mascan un trozo de cuero. El enemigo implacable no da tregua ni por la noche, con lo que unido al deterioro de la salud por la falta de alimento y agua hay que añadir la falta de sueño, ideal para minar el ánimo de nuestros hombres.
Creo que mientras don Leopoldo relataba sus vivencias con la mirada perdida y toqueteando su «casi» muñón estaba agradecido a los cielos, sin ser consciente, que la bomba que hizo estallar sus dedos llegara precisamente a él para sacarlo de aquella tortura. Tortura a la que marchó destinado mi amigo. Sólo espero que nuestro Apóstol, que tantas bendiciones y ofrendas está recibiendo estos días, le proteja y salvaguarde para poder escuchar de nuevo los sones de esa gaita que tuve que proteger yo a su vez, aquella noche de «esmorga» nocturna.
Después de la suspensión del otro día se está hablando de recuperar un día para poder realizar el acto y ya por fin presentarnos en sociedad. Sé que sin Manuel nada será igual pero honrar su ausencia será un motivo más para poner gran empeño en esa actuación.
Mis padres y mi abuela, como teníamos previsto, han venido unos días a Compostela para estar con nosotros y participar en los festejos del Apóstol. Suele formar parte de una tradición donde aprovechamos para celebrar también mi aniversario. Pero todo ha transcurrido con tintes agridulces y si os de ser sinceros, mi entrada en la madurez (si acaso se entra en algo así como si lo hiciéramos por una puerta) no ha sido como siempre lo hubiera esperado. A pesar de que no lo hablemos abiertamente, ronda ese temor de que, si las cosas se complican aún más en Marruecos, se requiera la presencia de quintos que ni tan siquiera hayan recibido experiencia militar. Asunto que me afectaría directamente a mí. ¿Por qué las cosas han de transcurrir por estos derroteros? ¿A dónde nos llevarán las grandezas que persiguen nuestros gobernantes? Me pongo en la piel de todos estos jóvenes que han tenido que marchar, como lo ha hecho Manuel. Pienso en sus familias, en sus prometidas y no puedo evitar pensar también en la gran injusticia que se está cometiendo en el destino de todos ellos en aras del patriotismo. Entiendo lo que es sentirse parte de una cultura, entiendo los sentimientos de orgullo que pueden despertar la visión de tu bandera, pero cuando se llega tan lejos, para mí el patriotismo muda a patetismo. Y entonces ya nada es justificable.
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