
Ya se van sabiendo más cosas sobre el naufragio que hemos vivido estos días. A la costa están llegando los restos de la desgracia: libros, maletas, ropas, muebles… De todo llega arrastrado por las corrientes. Por supuesto también los cuerpos, que quedan tendidos en la arena en cualquier postura a la espera de ser recogidos para su identificación.
Dicen también que hay quien se dedica a robar a los muertos extrayéndoles los dientes de oro o los anillos (aunque tengan que seccionar un dedo para ello). También rebuscan en sus bolsillos por si encuentran cualquier cosa de valor. No puedo imaginar costumbre más vil que esta profanación cobarde e irrespetuosa. Ayer encontraron a una mujer con una pequeña fortuna en el interior de un bolsillo cosido en su corsé. Al fin y al cabo, estas personas se dirigían a Cádiz para, desde allí, embarcarse rumbo a Argentina. Es lógico que consigo llevaran todo lo que les quedaba para iniciar una nueva vida más allá del atlántico. Desgraciadamente emprendieron un viaje hacia un más allá que no habían previsto.
Xaquín nos comenta que en estas costas siempre han existido «rapiñas» que se han dedicado a robar a los muertos de los naufragios. Incluso se habla de que provocan los naufragios encendiendo hogueras en sitios concretos para confundir a los navegantes y conducirlos a hacia las rocas. Espero que exista una justicia divina y que algún día estos indeseables tengan que rendir cuentas por sus fechorías.
Pero si en esta desgracia ha habido anti-héroes también ha habido héroes. Algunos podrán contarlo, como las tres jóvenes de Sálvora que se echaron a la mar para salvar a los náufragos. Xaquín está orgulloso de ellas y cree que han de ser condecoradas por su valentía y entrega. Otros héroes, sin embargo, no podrán recibir elogios en persona. Al menos, eso sí, para honrar su memoria han sobrevivido testigos. Me refiero al aplomo que demostró Antonio Pescador, capellán del buque, que mantuvo la templanza en los peores momentos para sosegar el espíritu de sus feligreses y acompañarles rezando el Rosario en los momentos más dramáticos.

Constantino García, párroco en Chile que viajaba en el buque y salvó la vida, me ha relatado en primera persona, con lágrimas en los ojos, cómo don Antonio intentó cerrar una puerta para salvaguardarse de las olas que azotaban al barco embarrancado. No sólo no logró su propósito, sino que en su frustrado intento perdió cuatro dedos de su mano al recibir el golpe de mar. Aún sufriendo aquel insoportable dolor físico acompañó a los pasajeros en los momentos en que el barco se partió y comenzó a hundirse en la profundidad. He podido comprobar la veracidad de sus palabras con mis propios ojos. Entre los cadáveres que están expuestos en sus ataúdes, Constantino me mostró al del difunto don Antonio, con la mano prácticamente seccionada a causa de lo que me había relatado.
Este párroco, que se muestra muy afectado, marchará en los próximos días hacia Santiago para hacer escala en Coruña. Nosotros le acompañaremos en el viaje, alejándonos de todo este sufrimiento. Hemos vivido los peores momentos de nuestras vidas y las imágenes que hemos presenciado nos acompañarán durante mucho tiempo.
Dejaremos atrás estos días de suprema fatiga emocional y física e intentaremos olvidar, espero que poco a poco, los primeros días de este nuevo 1921. Seguro que de todo esto se hablará en los próximos meses. Se ha visto una presencia continua de periodistas y fotógrafos que intentaban capturar la noticia de algún heroico testimonio, o la imagen más truculenta de los pobres ahogados, retratándolos, según ellos, con la intención de poder facilitar la identificación.
Atrás dejaremos la ría y el mar traicionero que en su seno ya alberga un nuevo pecio, futuro hogar de fauna marina. El mar se ha cobrado en esta ocasión un novísimo vapor de tan sólo 5 años, 88 metros de eslora y 2100 toneladas. Y a la postre más de 200 almas inocentes que nunca más regresarán a su hogar ni formarán uno propio allá donde quiera que quisieron llegar. Descansen en paz.

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