23/11/1920. El campo de don Mendo

Han pasado ya algunas semanas desde que inicié mis clases de bachillerato. Más días incluso desde la última vez que escribí en este diario. Puedo decir esta vez que mi ausencia no se debe tanto a la debilidad de mis emociones, sino más bien a la dedicación de mis obligaciones. Y es que desde que comencé las clases he estado tan enfrascado en atender a las lecciones y a las nuevas amistades, que no he encontrado el momento oportuno para reencontrarme con este diario.

Hoy hallé una buena ocasión de poner al día mis vivencias. Y por eso me he refugiado en el cuarto donde acostumbro a reunirme con los libros y apuntes que me conducirán, según dice tía Minia, a ser un gran abogado. He rescatado el diario que tenía abandonado en la estantería y me he puesto a escribir, recordando que no hace mucho, hacerlo era un gran consuelo para mi espíritu.

Mis clases en el colegio de San Luis Gonzaga van viento en popa. Allí he encontrado a nuevos compañeros con los que compartir inquietudes y vivencias, a pesar de que el alto nivel de estudio que nos exigen los profesores no nos dan tiempo para vivencias más allá del estudio diario.

Cuenta mi colegio con importantes figuras de la educación compostelana. Allá tenemos al profesor auxiliar de la Facultad de Farmacia, don José Lema, encargado de las asignaturas del preparatorio de ciencias. Es el dueño de la conocida Farmacia Lema, en el 14 del Vilar. Dicen que es un buen profesor, que sabe exponer con destreza y logra que el alumno estime la materia. También dicen de él que es un gran aficionado a la velocidad. Hará unos dos meses fue denunciado por conducir con su motocicleta a gran velocidad.

En el elenco de profesores también contamos con don Secundino Rey Zabala, maestro nacional de instrucción primaria, que cuando me lo crucé por los pasillos del edificio de la plaza de Literatos me saludó efusivamente.

-¡Bienvenido Balbino! Me alegra comprobar que confías en nuestra enseñanza—dijo mientras me abordaba por la espalda—. ¿Cómo llevas las canciones del coro?

Yo no lo había reconocido pero Secundino acude como yo a los ensayos del coro de Bernardo. No había reparado nunca en su presencia y me sorprendió que recordara mi nombre. En los sucesivos ensayos ya hemos intercambiado más palabras y, aunque él no es profesor directo de mis materias sí se interesa por saber si voy al día con mis progresos.

Con mis compañeros de Bachillerato acudí este fin de semana a la gran inauguración del Campo de Foot-ball del «Santiago Sporting Club». Yo no soy muy aficionado a este deporte, que me resulta poco edificante y exento de emoción. Al fin y al cabo, perseguir un balón a patadas es rudo y poco práctico, a la vez que peligroso. Pero no niego que cada vez se generan más adeptos a esta nueva práctica importada de Inglaterra. Según «Noliño», el nuevo campo atraerá a más visitantes, pues este está situado junto a la plaza de Toros, en los campos que hay bajo la Herradura, mucho más cerca del centro que el campo de Santa Isabel, que es el que utilizaban anteriormente. Mucho ha mejorado el equipo dice, gracias al buen hacer del nuevo presidente don Miguel Barca. De él ha dependido, dice «Noliño», conseguir un campo en propiedad y un local del equipo en la mismísima rúa do Vilar, junto al Casino. Mi tía Minia me comentó que don Miguel fue muy conocido en Compostela en sus años universitarios como integrante de la Tuna, de la que fue vicepresidente. Por lo visto, era un portento con la pandereta.

Reconozco que el ambiente en el campo fue emocionante. Las gradas de madera de este nuevo campo tienen capacidad para mil personas. Los equipos invitados nos regalaron un buen repertorio de jugadas interesantes y no descarto, si un día pierdo el juicio por completo, dedicarme a perseguir un balón en pantalón corto esquivando patadas del contrario y zancadillas malintencionadas. Mientras tanto dediqué el tiempo a estudiar la reacción del público en cada una de las jugadas y comprobé sorprendido la capacidad que tiene este deporte para transformar al espectador. Tal espectáculo, si el que lo presencia no anda con cuidado, puede generar pérdida de raciocinio y descontrol de la conducta. Me produjo cierto temor contemplar las reacciones de personas, aparentemente normales, ante jugadas que, siendo simplemente jugadas, parecían ser cruciales y determinantes en la vida de los que las presenciaban.

Como diría mi abuela:

—Éche cosa do demo!

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