7/06/1920. Basilio en la «Casa de Galicia» de Buenos Aires.

Hoy mi alegría se vio duplicada cuando entre la correspondencia de mi tía Minia encontré una misiva procedente de Buenos Aires. Hacía mucho tiempo que no tenía nuevas de mi buen amigo Basilio y no encontraba el momento de poder abrirla. Quería descubrir en qué peripecias se habría metido mi compañero de infancia desde que marchó el verano pasado a reunirse con su padre en esa República que tantos gallegos ha recibido en los últimos tiempos. Finalmente, cuando me pude librar de la conversación que mi tía se empecinaba en prolongar, pude leer con auténtico arrebato aquella misiva que había recorrido tamaño viaje para acercarme, aunque sólo fuera una pulgarada, a mi fiel amigo.

Basilio se encontraba realmente bien. Lo último que sabía de él es que había comenzado a adentrarse en el mundo nocturno del barrio de Balvanera (donde vivía) de la mano de un vecino guitarrista. Acudía a salones donde la gente bailaba vals, milongas y tangos. Sin embargo, de nada de esto me hablaba en la misiva. Si en aquella anterior carta vi a un Basilio ansioso de conocer nuevas culturas y estilos musicales, el que vi en esta última era un Basilio que me hablaba con saudade y gran orgullo de su condición de gallego.

Dice Basilio que en Buenos Aires hay un sinfín de gallegos esparcidos por la capital. Ha podido conocer unos cuantos y, sin ánimo de generalizar, ha comprobado que puede clasificarlos en dos grandes grupos. Por un lado, ve con tristeza que hay algunos que intentan hacerse pasar por criollos antes de que les tomen por gallegos y se avergüenzan de que se les escape a través de los labios alguna expresión que delate su procedencia. Reniegan de su cuna. En contraposición, el otro grupo es el de nobles compatriotas que aman lo suyo sin animadversión hacia lo extraño y que sienten en su sangre la voz de la raza. Esta voz o llamada es lo que se me antoja que está rondando a Basilio quien, pobre infeliz, ha necesitado recorrer tanta distancia para valorar lo que tuvimos ante nuestras narices.

Lo de infeliz no lo digo por su estado de ánimo, al contrario, me ha relatado con fervorosa emoción un buen número de propósitos que lo mantienen ilusionado.

Por lo visto, un día que paseaba por el barrio de Montserrat, colindante con el suyo, pasó frente a un edificio que resultó ser la Sede de la Asociación «Casa de Galicia». En un arrebato de morriña justificable entró en aquel majestuoso templo de cultura y engrandecimiento de nuestra colectividad y salió con un carnet de socio.

FrentedelaSededeCasadeGalicia
Extraído de la portada del nº3 de «Acción Gallega» (Septiembre de 1920)

No se arrepintió, pues las secciones que ofrece esta comunidad que intenta emular al gran Centro Gallego de la Habana, según dice, son de lo más sugerentes, sobretodo para los mozos que busquen un entretenimiento saludable y honesto.

Dice Basilio que en la sección de deportes, que cuenta con más de 200 adherentes, puede realizar clases de Box, pedestrismo y Gimnasia. También cuentan con un equipo de Foot-ball, esa extravagante manía de perseguir una pelota hacia un lado o hacia otro que aquí también está generando adeptos que acuden con frecuencia al campo de Santa Isabel. Para ser sincero, diré que tengo poca fe en esta absurda práctica y no le auguro larga vida, a no ser, claro está, que en los sucesivos años perdamos el juicio y el gusto por lo exquisito.

Parece ser que Basilio tampoco le presta demasiada atención al Foot-ball y prefiere acudir los domingos a un tal parque de los Patricios donde la Intendencia Municipal ha cedido una cancha para que los asociados puedan practicar el Lawntennis, un entretenido deporte que practican sobretodo las asociadas y que, a la postre, también mantiene entretenidos a los asociados que acuden pasmados a presenciar sus jugadas.

La «Casa de Galicia» cuenta además con una sección escénica, una Biblioteca Social y una escuela gratuita de Música donde practicar el piano y el violín y una agrupación Coral a la que Basilio está pensando entrar a formar parte.

Al llegar a este punto no pude menos que pensar en nuestras vidas paralelas. Basilio y yo nos criamos juntos en la aldea, recibimos una afortunada instrucción académica y musical al ser admitidos como niños del Coro de la Catedral y ahora, pese a que nos separan miles de leguas, nos encontramos en una situación similar queriendo entrar a ser dignos integrantes de una agrupación coral. Estoy más que convencido que Basilio y yo podremos intercambiar distendidos coloquios sobre esta y más situaciones si mantenemos el contacto por correspondencia.

Se despidió recordando con intensa saudade lo mucho que echaba de menos los alimentos de nuestra terriña. Comentaba que su familia había descubierto un almacén llamado «La Victoria» que ofrecía a sus clientes productos venidos de España. Gracias a este establecimiento su familia había podido comer turrones en las extrañas fiestas navideñas pasadas (allí es verano en diciembre) o sabrosos berberechos y almejas venidos desde las rías gracias a la industria conservera Curbera.

No obstante, hay muchos otros sabores que no encuentran igual en aquellas latitudes, empezando por el caldo de berzas y siguiendo por las empanadas y las tartas de almendra o de Santiago, que tan bien saben en nuestra ciudad, a buen seguro, gracias al dulce y pausado acompañamiento del tañido de la Berenguela.

Espero poder seguir teniendo noticias de Basilio. Me resulta interesante comprobar que los gallegos de la diáspora están cultivando y enalteciendo nuestra cultura. ¡Brindo por su trabajo!

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