17/09/1919. Basilio en ultramar.

Me pregunto qué será de Basilio, sigo sin tener noticias suyas. Nos criamos juntos allá en la aldea y me llevé una pena muy grande este verano cuando me dijo que marchaba a Buenos Aires con su madre y hermana. Ya hace unos años que su padre marchó también, buscando un futuro, dicen, para toda su familia. Y antes que él, también el tío de Basilio. A este paso nuestra tierra se quedará sin gente, pero ya se sabe, si no hay trabajo… Aquí en Santiago, los que vivimos, si de fortuna estamos, aún nos podemos defender. También hay quien abre negocios. Ayer, sin ir más lejos, se abrió una frutería en el número 72 de la Rúa do Vilar. Dicen que pertenece a Don Laureano Otero. La vi al pasar y realmente tenía muy buen aspecto.

En realidad me alegro por Basilio. Dice que su padre consiguió trabajo en Argentina y que después de unos años ahorrando ahora puede mandar a toda la familia. Un buen dinero es todo eso. Según me contó, su hermana, al tener menos de 10 años pagaba medio pasaje, pero él y su madre tenían que pagarlo entero. El padre de Basilio bien se habrá gastado unas 1000 pesetas, y eso sin tener en cuenta que al viajar en tercera clase tienen que llevarse comida para el viaje.

El día que se marchó desde Vigo fui a despedirme. Él llevaba ya dos días allá para cumplir con todos los requisitos que la nueva ley de Emigración determina. Los días antes de marchar tuvo que solicitar un visado del Alcalde, un certificado médico y demostrar que había sido vacunado. Cualquier precaución es poca con los casos de gripe que se han visto en los últimos años. Alguien me comentó que en el mismo barco que viaja Basilio, el año pasado, murieron varios pasajeros mientras viajaban hacia Sudamérica. Espero que se encuentre bien. No me puedo imaginar cómo debe ser estar sin pisar tierra durante tantos días. Yo lo vi contento pero cuando nos dimos un abrazo no pudimos evitar que se nos humedecieran los ojos. Le regalé un paquete con chorizos y pan blanco que me preparó mi tía. Sólo con su cara ya me dí por agradecido.

Al partir todo el mundo en el muelle armaba un gran alborozo. Muchos gritaban, otros lloraban, y la gran mayoría zarandeaba sus pañuelos viendo como sus seres queridos se hacían pequeños a la vista, hasta que solo se divisaba el gran barco dispuesto a devorar leguas.

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El Demerara de la RMSP rumbo a Argentina.
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